Hubo una época, ya muy lejana, en la que mis conocimientos sobre fútbol internacional se limitaban a las plantillas que componían a los equipos europeos en el PC Fútbol. En aquel tiempo, mi interés se centraba más en intentar convertirme en futbolista que en la tarea de apoyar a los jugadores reales en lugar de a los virtuales, ya que consideraba a estos últimos mis pupilos y los verdaderos causantes de mis exitosos resultados tras la pantalla del ordenador. Siempre que me daba por manejar a los Reds, tenía la curiosidad de ojear los nombres de los miembros de la plantilla, en la que destacaban, a mi modo de ver, un par de ellos por encima del resto: Jamie Carragher y Steve McManaman. Evidentemente, ambos iban directos al once titular, en el caso de que alguno de los dos no estuviese ahí colocado por defecto -el suplente solía ser Carragher, ya que McManaman era de los mejores y la máquina le situaba de inicio-, lo que daba lugar a que mis intenciones siempre fuesen las mismas, conseguir que cualquiera de los integrantes de la pareja anotara el gol del triunfo. Supongo que solía lograr mis objetivos, pero han pasado ya bastantes años y se me han ido olvidando mis progresos en aquel mítico juego en el que Michael Robinson se encargaba de realizar los comentarios de los encuentros.
Posteriormente, cuando renuncié a la idea de hacerme jugador de fútbol para dedicarme a lo mío, es decir el baloncesto, quedó en mi mente marcado para siempre el nombre de Steve McManaman. El tipo ya había abandonado la disciplina del Liverpool y formaba parte de la plantilla del Real Madrid, lo que facilitó que se generase en mi entorno un deseo de poseer el cromo del susodicho interior diestro como si de un trofeo europeo se tratase -en aquellos tiempos coleccionábamos, como niños que éramos, los cromos de la liga española de fútbol-. Uno de mis ya por entonces grandes amigos tenía el cromo en su poder, lo que me llevó a idear un maléfico plan para arrebatarle aquella tarjeta de forma moralmente cuestionable aunque con su consentimiento, todo sea dicho. Digamos que el suceso se transformó en una especie de pacto de amistad. Mi colega me traspasaba el cromo de McManaman sin obtener nada a cambio, más que mi agradecimiento y mi posterior apoyo haciendo gala de una especie de puesta en marcha del lema del club: nunca caminarás solo. Así empezó una historia que perdura hasta el presente, a pesar de que aquel cromo de McManaman quedó hace años en paradero desconocido. Sin embargo, se mantiene en nuestro recuerdo como una imborrable leyenda comparable incluso a la trayectoria del jugador durante sus años vistiendo tanto de rojo como de blanco.
PD: Hace unos días encontré en internet una imagen del mencionado cromo, pero al no corresponderse con el verdadero en cuestión, he desechado la opción de añadirlo como foto de la entrada.
¡Qué decir del señor Steve!
ResponderEliminarAhí estaba yo en la ciudad deportiva pidiéndole "please McManaman don't go..."
Imborrables goles como el de la final de la 8º...
Grandes recuerdos me trae este Gentleman, muy grandes.
Raquel