miércoles, 15 de enero de 2014

Lucha de clases

El otro día leí una entrevista a Ángel Cappa, antiguo entrenador de fútbol, en la que decía que el neoliberalismo económico ha conseguido que el deporte rey deje de ser de la gente para convertirse en un negocio sin escrúpulos. Es evidente que estoy totalmente de acuerdo con las palabras de Cappa, que además de inteligente, es un tipo comprometido. No es la primera ocasión en la que hago referencia al neo-fútbol, como lo llamo yo, y tampoco será la última. Si hacemos un símil entre sociedad y deporte, el fútbol es la mejor metáfora posible. Estamos inmersos en una permanente lucha de clases en la que los ricos lo dominan todo mientras que los pobres se matan a trabajar por y para esas grandes fortunas que, llegado el momento, le arrebatan al currante la riqueza creada fruto de su labor y dedicación.

Los contratos televisivos, las giras por países sin tradición, los jugadores sobre-remunerados y las campañas publicitarias han inundado el panorama, generando entre las aficiones un sentimiento de desapego con respecto a lo que antes se estimaba como propio que resulta bastante preocupante, por no decir trágico. En Anfield suele congregarse un número amplio y sospechoso de personajes que van al estadio a hacerle fotos a Suárez o a la estrella de turno, y que pasan de animar o se marchan antes de tiempo cuando el equipo va perdiendo y no parece que vaya a haber remontada. Es dramático. Incluso así, todavía me considero un privilegiado por ser parte de un club que, aunque cada vez se ve obligado a imitar con mayor frecuencia a los ricos, al menos sigue cuidando el legado de hombres como Shankly o Paisley, y cuya gran masa de aficionados continúa creyendo en el nunca caminarás solo como filosofía de cabecera. Pero lo que veo a mi alrededor no me gusta en absoluto.

El fútbol también es una lucha de clases. Siempre lo ha sido. El fútbol, como la vida, se divide entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados. Las diferencias salariales, los abusivos costes de las entradas, los fichajes al estilo alfombra roja, etc., no hacen otra cosa que contribuir a que la gente corriente se sienta inevitablemente más y más lejos de un juego que nació por y para los ciudadanos de base, como nexo de unión social, como protocolo para convivir y competir desde el plano del entretenimiento. La lucha de clases nunca ha dejado de existir, y a pesar de que los poderosos nos llamen tranochados, algunos creemos que denunciar la injusticia es parte de un cometido que va más allá de unos colores futbolísticos. El fútbol es y debe ser de la gente, y como tal, hay que recuperarlo, al igual que todas las conquistas sociales que este modelo económico nos ha arrebatado a lo largo de la historia contemporánea.

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